jueves, 15 de mayo de 2008

ONU : En busca de espada y representatividad.

- ONU : En busca de espada y representatividad...

FORUM TPSIPOL : RED DEMOCRATICA
Marzo 2004



REFORMA DE LAS NACIONES UNIDAS:
EN BUSCA DE ESPADA Y REPRESENTATIVIDAD

Rel. Peru reafirma multilateralismo. (Oct 2003)http://groups.yahoo.com/group/eleccion/message/16818


Por Oswaldo de Rivero (*)
ESPECIAL para Red Democrática

Las Naciones Unidas fue inventada para impedir conflictos internacionales entre Estados Naciones. Su gran problema es que hoy la gran mayoría de los conflictos no son internacionales, sino más bien, conflictos armados domésticos en los cuasi- Estados Naciones subdesarrollados.

Después de la guerra fría han surgido o se han reactivado más de 33 conflictos civiles en el mundo subdesarrollado que han causado mas de 5 millones de muertos y casi 17 millones de refugiados. Estos conflictos tienen características de verdaderos infiernos domésticos, donde el respeto a los más elementales principios de humanidad se pierden y donde la guerra civil se confunde con criminalidad masiva. Son verdaderas luchas de autodepredadación nacional preñadas de odio social, étnico o religioso que convierten a los países subdesarrollados en verdaderas fabricas de crímenes de lesa humanidad.

Frente a esta feroz autodepredación nacional, la Carta de Naciones Unidas no permite la intervención militar para evitar que regímenes o grupos armados criminales destruyen masivamente derechos humanos y cometan genocidios. El famoso artículo 2, inciso 7 de la Carta prohíbe explícitamente la intervención en los asuntos domésticos de los Estados. Vale preguntarse si son acaso asuntos domésticos de los Estados que sus poblaciones no tengan protección y sean masacradas?

Esta claro que esta disposición de la Carta de Naciones Unidas del respeto absoluto de los asuntos domésticos no están a tono con la nueva ética global de castigar los crímenes de lesa humanidad. Por lo tanto, esta disposición del articulo 2, inciso 7 que protege la soberanía nacional debería ser interpretada a tono con la nueva realidad democrática y humanitaria del mundo que supone que los regímenes que destruyen o no protegen la vida de sus ciudadanos, pierden su soberanía, y por lo tanto, pueden ser intervenidos por las Naciones Unidas, ya que ésta no puede abdicar jamás de su responsabilidad ética de proteger a la humanidad.

Una reforma jurídica de la Carta que limite la soberanía nacional tomaría años de negociación y necesitaría la aprobación de las 2/3 partes de los miembros de Naciones Unidas, incluida la unanimidad de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Esta reforma muy posiblemente no se aprobaría porque una importante mayoría de países miembros de Naciones Unidas son regímenes autoritarios que necesitan constantemente refugiarse en el principio de “no intervención en sus asuntos domésticos” para justificar abusos contra sus propios ciudadanos.

A pesar de la prohibición de la intervención en los asuntos domésticos, ante la enorme proliferación de conflictos domésticos y de crímenes de lesa humanidad, la Organización, se vio obligada, para no abdicar a su deber ético de protección de los derechos humanos, a montar mediocres “intervenciones humanitarias”, donde los cascos azules en vez de intervenir militarmente para proteger a la población civil y desarmar a los bandos rivales, lo hicieron solo para asegurar el acceso de la ayuda humanitaria. Otorgaban ayuda humanitaria pero no protegían a la población de las matanzas, es decir, surrealistamente, se distribuía alimentos, medicinas y cobijas a potenciales cadáveres. Los fiascos de las Naciones Unidas en Somalia y Bosnia y su no acción en el genocidio de Ruanda, son claros ejemplos de su falta de espada para pacificar conflictos domésticos en el mundo subdesarrollado.

Recientemente, la soberanía sobre los asuntos domésticos ha sido nuevamente limitada por la Organización. En efecto, el Consejo de Seguridad ha aprobado pequeñas intervenciones militares para evitar crímenes de lesa humanidad en Sierra Leona, Liberia, la Republica Democrática del Congo, Cote D’Ivoire y Haití. Inclusive, la ONU ha legitimado ex post facto la gran intervención militar unilateral de la OTAN en el Kosovo.

Hoy es necesario emprender una reforma que consolide y sistematice esta practica de intervención militar para defender los derechos humanos. Esto se podría lograr, haciendo que los cinco miembros permanentes con derecho a veto del Consejo de Seguridad, acuerden como “código de conducta” no usar el veto cuando se trata de intervenciones militares para evitar crímenes de lesa humanidad. Es decir, para evitar masivas violaciones de derechos humanos, genocidios y limpiezas étnicas sistemáticas. Como contrapartida a este código de conducta se establecería para darle solidez a la situación, que la intervención militar sea solicitada por el Secretario General de las Naciones Unidas a pedido del Alto comisionado de Derechos Humanos o también a pedido de Organizaciones Regionales o de un gran colectivo de países. La idea es que los miembros permanentes del Consejo cooperen, frente a un pedido de la comunidad internacional, no usando su veto contra intervenciones militares que pueden salvar miles de vidas humanas.

Podría pasar que uno o más miembros del Consejo de Seguridad no cumpla con el código de conducta de no vetar intervenciones contra los crímenes de lesa humanidad y paralice la acción del Consejo. En ese caso extremo, se debería permitir que una “coalición” de países democráticos de la Asamblea General pida que el Consejo de Seguridad reconsidere esta actitud y si el impase persiste, entonces, la coalición de estados democráticos intervendría militarmente al margen del Consejo de Seguridad. La justificación ética-política detrás de esta acción colectiva de las naciones democráticas de la Asamblea General es que no se pueden jamás renunciar al deber de proteger los derechos humanos y resignares a contemplar horrendos crímenes de lesa humanidad solo por el hecho de que el Consejo de Seguridad, esta paralizado por un veto antihumanitario contrario al código de conducta de sus miembros permanentes.

Todas estas reformas sirven para resolver, caso por caso, si se interviene o no frente a crímenes de lesa humanidad. Muchas veces los debates en el Consejo de Seguridad demoran la intervención militar. Además, cuando ésta es aprobada, puede tomar hasta tres meses desplegar la fuerza militar. Con un sistema así es difícil prevenir crímenes de lesa humanidad. Si se quiere convertir a las Naciones Unidas en una organización que tenga verdaderamente espada para intervenir rápidamente es necesario constituir una fuerza militar permanente de Cascos Azules. Sin una fuerza militar permanente, las Naciones Unidas puede perder un tiempo precioso para salvar vidas, tal como sucedió con la infame inacción de la Organización frente a la limpieza étnica en Bosnia y el genocidio en Rwanda, y sucede hoy con sus tardías y mediocres intervenciones en África.

Hasta ahora la constitución de esta fuerza permanente de cascos azules es difícil porque muchos Estados desarrollados democráticos, que son los únicos que tienen capacidad económica y militar para montar operaciones globales contra crímenes de lesa humanidad son reluctantes a participar en una fuerza militar permanente de la ONU. En efecto, ningún ciudadano en los países más ricos de occidente, acostumbrado a la gratificación instantánea de una sociedad de consumo, acepta morir o que mueran sus compatriotas en tierras bárbaras por guerras que no comprenden, y que según ellos, no comprometen su seguridad y prosperidad. En consecuencia, los gobiernos democráticos de las grandes potencias occidentales, tienen un miedo obsesivo a enviar contingentes terrestres armados, sufrir bajas y luego castigos electorales. Casi todos sus Estados Mayores, cuando piensan intervenir con tropas en un conflicto civil, hacen primero un cálculo lo más cercano a cero bajas, si el escenario es algo mayor que cero, simplemente no intervienen.

Además de la falta de espada permanente para pacificar infiernos domésticos, el otro gran problema de las Naciones Unidas es su falta de representatividad global. En otras palabras, la Organización que esta integrada exclusivamente por Estados Naciones, representa, cada vez menos, la verdadera estructura de la comunidad internacional que hoy esta compuesta también por actores no estatales como son las empresas transnacionales y organizaciones de la sociedad civil de alcance planetario. Por ejemplo, hoy el gran debate entre dos enfoques de la globalización, uno planteado por los intereses de las empresas transnacionales y otro alternativo planteado por organizaciones de la sociedad civil se da fuera de Naciones Unidas.

Las Naciones Unidas no pueden seguir siendo sólo un foro diplomático, de discursos, discusiones y negociaciones, entre representantes de gobiernos que no tienen en realidad, ningún poder real para cambiar las tendencias económicas y ecológicas globales. La realidad descarnada es que la mayoría de los países miembros de la ONU son cuasi- Estados Naciones subdesarrollados que tienen menos poder real que las transnacionales y menos proyección global que muchas grandes organizaciones de la sociedad civil. ¿Cómo proteger la ecología, si ni siquiera se consulta con la entidad de la sociedad civil que denuncia ni con la empresa que contamina, ni tampoco con la transnacional que inventa la tecnología contra la contaminación? ¿Cómo programar la modernización de sectores de las economías subdesarrolladas sin contactar a los posibles inversionistas transnacionales?

Para resolver estos problemas y otros desafíos ecológicos y económicos es necesario extender el concepto de representatividad y por ende de co‑responsabilidad internacional a las empresas transnacionales y a la sociedad civil. Solo así las Naciones Unidas serán el reflejo verdadero del mundo real y sus decisiones aceptadas por todos los actores de la globalización..

A pesar que los dos mayores desafíos de la ONU, en este siglo, son su falta de espada y su falta de representatividad global, hoy los intentos de reforma de la Organización ignora estos desafíos y desde hace diez anos se concentran en que si se aumenta o no los miembros permanentes con derecho a veto del Consejo de Seguridad o si se elimina o se restringe el veto. En otras palabras, después de un decenio de discusiones no hay acuerdo para otorgarles veto a potencias de segundo orden como Alemania, Japón, Brasil, India o Sudáfrica ni tampoco hay acuerdo para la eliminación o restricción del veto. Lo mas curioso es que este impase de diez años es en torno de una reforma inocua que deja de lado los dos mas grandes desafíos que tendrá las ONU en el siglo XXI., su falta de espada y de representatividad global

En efecto, el aumento de nuevos miembros permanentes con derecho a veto no garantiza que la Organización sea más eficaz para intervenir frente a los crímenes de lesa humanidad. Si ya con cinco miembros permanentes con derecho a veto es difícil lograr intervenciones militares, mucho mas difícil será con nueve o diez. Por otro lado, la eliminación del veto o una restricción muy extensa del mismo, convertiría a la ONU en una organización metafísica, alejada de toda realpolitik, tan ineficaz como lo fue la Sociedad de Naciones, donde las grandes potencia comenzarían a actuar unilateralmente antes que someterse a la voluntad de una mayoría compuesta por potencias de segundo orden y países subdesarrollados. Tampoco el aumento de mas miembros en el Consejo de Seguridad y otros órganos de Naciones Unidas resuelven el problema de su falta de representatividad. La ONU no necesita órganos con mas Estados, sino con la presencia de empresas transnacionales y organizaciones de la sociedad civil para negociar de manera realista los problemas económicos y ecológicos globales.

Hoy la reforma de Naciones Unidas debería estar dirigida a vencer los dos más grandes desafíos que confrontará la Organización en el siglo XXI: no tener espada frente a la proliferación de crímenes de lesa humanidad y no tener representación global por la poca participación de la sociedad civil y las empresas transnacionales en la toma de sus decisiones. Si las Naciones Unidas no se reforma para vencer estos dos grandes desafíos corre el riesgo seguro de convertirse en las próximas décadas en una organización globalmente irrelevante.

Nueva York, Marzo del 2004
* Oswaldo de Rivero, es Embajador del Perú ante las Naciones Unidas

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